Curioso título, ¿verdad? Los que estuvimos por tierras germanas, haciendo un poco de memoria sabremos que es la abreviatura de Hauptbahnhof, lo que viene a significar estación central de trenes, y que te lo encontrabas en la mayoría de ciudades. Podía haber titulado este post “Deutschland” o “Alemania” a secas, pero hubiera sido menos “cool” para un esnob como yo.
En fin, que aterrizamos en Bremen el martes día 4 sobre las 22:15. Pero antes cabe mencionar nuestros “preparativos” de última hora en el aeropuerto de Málaga, que consistieron en comprobar que las maletas de Robles y Vero excedían el peso máximo que te permiten las low-cost (a partir del cual te hacen pagar 8 ñapos por kilo excedido) y que la mía se quedaba corta, con lo que hicimos unas curiosas redistribuciones que me llevan a pensar “¿Se preguntarían los del scanner para qué coño llevaba yo un secador de pelo?”.
El caso es que a la hora que llegamos no nos quedaban muchas opciones de transporte y la más sensata era coger un tranvía que, sin transbordos, te llevaba del aeropuerto a la Hbf, que, según el plano on-line de Bremen, no quedaba lejos del albergue. Pero, claro, eso es si conoces algo la ciudad, que no era el caso. Total, que por suerte no hicimos caso a las indicaciones (erróneas) del vendedor de perritos – por lo demás, un tío muy amable – y nos pillamos un plano de Bremen en la recepción de la Hbf. No he mencionado que Bremen es también conocida por ser la ciudad de los tranvías, que allí sustituyen al Metro.
Ya desde que entramos al albergue nos pareció mucho más moderno de lo que nos esperábamos – quiero decir, comparado con los de España. Y conforme nos fuimos haciendo al lugar comprobamos que, salvo por lo de tener que prepararse uno mismo la cama, no tenía mucho que envidiar a un hotel de categoría mediana de España. Total, que nos fuimos a dormir tras ganarme en la bola negra Robles una partida de billar con una filigrana que, por su cara y por lo que me confesó, ni él se creía que le hubiese salido (je je, estuvo gracioso, la verdad; fue digna de ver la jugada).
De la mañana siguiente hay que mencionar varias cosas: el (abundante) desayuno incluido en el precio (tuvieron que pensar que éramos unos muertos de hambre, porque le sacamos fotos), las vistas al río Weser desde el comedor y el incidente en el check-out. Básicamente fue que la chica de recepción decía que teníamos dos tarjetas-llaves y nosotros que no, que sólo nos habían dado una. Al final nos dejaron irnos poniéndonos mala cara. El caso es que, tres días después, estando en Hamburgo, desubrí que la segunda tarjeta la tenía yo, pero eso ya es otro tema.
En fin, que nos reunimos en la Hbf con David a las 11:30 y poco después con su amigo el gaditano, que resultó ser un personaje lo suficientemente peculiar como para pasar en el Cerdo Rosa por uno de los nuestros.
Ese día lo dedicamos a ver Bremen. Resumidamente, unos 600.000 hab. (más o menos, como Málaga o Helsinki), constituye por sí sola (bueno, junto con Bremerhaven) uno de los 16 estados federales que integran Alemania y, junto con Hamburgo y Berlín, son las tres únicas ciudades alemanas que gozan de tal condición (por ejemplo, Munich o Colonia superan ampliamente a Bremen en población pero, sin embargo, no constituyen estados por sí solas, si bien hay que decir que es distinto Bremen exclusivamente como ciudad que el área que constituye el estado federal, que esa ya sí que tiene millón y pico de habitantes en total) . Imponente la fachada de la catedral. Era también bonito el interior pero la verdad es que no impresionaba tanto. Destacable asimismo el ayuntamiento, del mismo estilo que la catedral (personad mi escaso conocimiento de arquitectura; no sé, creo que eran góticos). Almorzamos al lado de una especie de medio-camino-forestal que pasaba al lado del río, y lo hicimos a lo plan excursión, es decir, pan, queso, salmón (allí no es caro) y una especie de pasta blanca con gambas enanas que estaba cojonuda. Decir que por allí abundan las camisetas con los cuatro Trotamúsicos – ya sabéis, el burro, el perro, el gato y el gallo – o, como los llaman allí, die Stadtmusikanten, que viene a traducirse por “los músicos de la ciudad”. También vale la pena el Weihnachtsmarkt o mercado navideño (que, por otra parte, lo hay en todas las ciudades alemanas). Y no me podía olvidar del Schnoor, el antiguo barrio de los pescadores, en el que todas las casas eran las típicas alemanas de dos o tres plantas y cada una de distinto color, si bien hoy en día es eminentemente turístico, aunque respetando la esencia del barrio (algo de lo que tomar ejemplo). Tras eso pillamos un tren en dirección a donde vive David, Lüneburg.
Estoy viendo que me estoy enrollando muchísimo. Intentaré completar la historia del viaje en un próximo post y, si me tengo que ir a un tercero, pues tampoco pasa nada porque Wordpress es gratuito (vale, ya sé que vuestro tiempo y paciencia no lo son). Adelantaros que de cada ciudad se nos quedaron un montón de cosas sin ver, dado que fuimos a día por cada una. Especialmente de Hamburgo y Bremen, que eran las más grandes, y sobre todo la primera, que era la mayor con mucha diferencia. Como anécdota, las “sevillanas” en versión alemana que se inventó Robles a partir del célebre chiste de “Cómo se dice autobús en alemán”, y que os adelanto un poco más abajo.
Pues eso, que nuestro periplo por Alemania continuará en el próximo post.
Por cierto, no dejéis de leer el otro post que también he publicado hoy y que está justo debajo de éste.
“Suban, estrujen, bajen… Suban, estrujen, bajen… Suban, empujen, estrujen, bajen… las Munichianas de aquí” Robles – sevillanas robleñas – en diversos momentos y lugares en Alemania.